Vanguardia y tradición en la poesía de José Emilio Pacheco

Simitrio Quezada

«La poesía no es de nadie: se hace entre todos».

Lautrémont

La de José Emilio Pacheco (Cd. de México, 1939-2014) es voz poética ligada a la tradición por un hilo tenue que no le impide adoptar formas nuevas para llegar a la rotundidad. Pacheco no intenta crear una poética que desdiga al pasado ni revolucionar el lenguaje de la poesía contraviniendo los contenidos legados, aunque sí reescribiendo la tradición. Su voz se compenetra con todo y todos: naturaleza, ideas y humanos, haciendo vanguardia al recuperar, a su modo, lo más significativo de la tradición.

La tribuna desde donde habla Pacheco es la de una recuperación estilizada de la tradición. Esto implica una adecuación de su voz y búsqueda valorando el tiempo en que vive y lo mejor que para éste puede tomar del pasado. Mediante este proceso, la nueva poesía de Pacheco adquiere trascendencia para generaciones posteriores, dando razón a lo que decía Celaya: “La poesía es un arma cargada de futuro”.

Pacheco se hace consciente de su papel en la tradición poética. De hecho parece asumir la sentencia de Lautréamont que me sirve de epígrafe. La poesía es uno de los testimonios más auténticos del pensamiento humano. Como monedas de uso, las imágenes poéticas pueden desgastarse, pero también cobrar nuevo sentido si algún poeta (lector por antonomasia) decide mostrar un nuevo cariz. María Rosa Olivera-Williams propone:

Pacheco como miembro de una “especie” tan antigua como la humanidad misma re-crea constantemente las voces de los poetas que lo precedieron y unido a ellas observa, reflexiona, escribe poesía sobre nuestro tiempo.[1]

Es, entonces, una cuestión temporal. Podemos considerar a los movimientos de vanguardia como aquéllos que van en pos del tiempo nuevo. Aun así, en esta exploración el futuro no puede ir radicalmente contra el pasado, pues en cierto modo desdiría su origen y savia, destazaría su tradición y con ello parte importante de lo que busca ser.

En sentido estricto, no puede haber pensamiento del todo original: aun nuestra originalidad tiene su raíz en lo que hemos aprendido, vivido, leído y pensado. Nuestra escritura es, más bien, un nuevo modo de fijar la tradición. A favor, en contra o al calce. Pacheco valora la voz de los antiguos y se busca en ellos. Miembro de una nueva generación, no sólo puede, sino también siente la necesidad de continuar el discurso poético universal. Dice Alberto Julián Pérez respecto a los inicios del poeta:

Pacheco crece “desde” Paz y a partir de él: es como un discípulo que asimila lo mejor del mejor para después independizarse de él y elaborar su nuevo estilo, su voz propia.[2]

El discurso poético de Pacheco se circunscribe a la necesidad de expresar el mundo no tanto para la contemplación estética como para la reflexión. El poeta se hace uno con el universo, restaurando una armonía perdida. La expresión poética es el proceso por el que esto se hace posible. Expresar al mundo confiere una voz que busca significarlo en la palabra. No puede aprehenderse la esencia total de un objeto porque la misma visión de él genera múltiples imágenes: algunas ya mostradas y otras que esperan ser encontradas (o, en el caso de Pacheco, recuperadas).

Huidobro conoció estas formas de significar el mundo y las consideró banales: por eso optó por significar un mundo nuevo. A partir de esta rebelión -la vanguardia creacionista-, la tradición fue renovada. Lo que quizá Huidobro no intuía era que el sentido del «Non serviam» y sus planteamientos en «Altazor» lo llevaban también a integrarse a los cánones. En los inicios del siglo XXI, la vanguardia de Huidobro es parte inamovible de la tradición. Vallejo opera igual desde su vanguardia: los poemas de «Trilce» constituyen un replanteamiento de la poesía y los recursos novedosos de los que puede echar mano: orden inverso en palabras y/o frases, onomatopeyas poco comunes y desacralización de contenidos. Las nuevas poéticas de Huidobro, Vallejo, Lezama, Paz y otros no están totalmente desligadas a aquellas voces contra las que –advertida o inadvertidamente– quisieron arremeter. La poesía puede vivir en estos descensos de paracaídas o rezos mal mascullados, enumeraciones aparentemente atropelladas o recuentos de paisajes sinestésicos en Europa, adecuaciones al lenguaje popular o la búsqueda misma de nuevos derroteros.

Saúl Yurkievich postula:

Creo que hay que desembocar en la máxima pluralidad, en la experimentación de múltiples prosodias, de las poéticas disímiles. Desde el discurso profundo, desde el turbión de las confusas mezclas del fondo corporal, hasta el remonte a las alturas del discurso abstracto, traslúcido.[3]

Más que avance, la vanguardia es búsqueda. Por lo general, en las búsquedas se persigue cosas nuevas, desligadas a lo que ya se tiene. Empero, ello lleva el riesgo de ir al extremo contrario (el mayor riesgo es permanecer allá). Todo movimiento artístico busca, con el paso del tiempo, cierto «reacomodo». En esta tónica hablo no de muchas, sino de una sola corriente que periódicamente surge como contestataria de sus anteriores excesos y gradualmente cambia de ideario y modos de acción. La literatura puede concebirse como una suerte de fénix autorreformadora.

Aunque también la tradición implica recuperación. La definición de Calvino deja en claro que clásico es a lo que se vuelve. Lo clásico es también –quiérase o no– una guía segura para escribir y leer. Como cualquier arte, el ejercicio poético está supeditado a un conjunto de normas. La gradual revolución de ellas permite algunos avances (aquí se aprecia con mayor claridad el significado de «vanguardia»), pero con la conciencia de que aun esos avances pueden ser criticados y desechados en el futuro[4].

La peculiaridad de Pacheco llega en tanto que su poética se distingue de otros vanguardistas que prefieren ir contra el arquetipo de lo que hasta entonces ha sido poesía.

Mientras Parra y Belli crean poéticas inimitables, terminales, Pacheco funda una nueva práctica poética singularmente libre.[5]

No se entienda con esto que Pacheco es poeta «conservador». Su voz contempla el mundo procurando estar en un lugar propio. Sin esto, no podría concebirse la presencia del poeta. Si Pacheco se conformara sólo con retomar poesía del pasado sin «filtrarla» por su pensamiento, no sería poeta, sino antólogo o traductor.

La vanguardia de Pacheco es más contemplativa. Se apoya en las formas clásicas para aprender a encontrar su voz. No le gusta atropellar la sintaxis ni jugar con la tipografía o el espacio y orden convencional de la escritura. Esto recuerda también a Alfonso Reyes, quien decía a los aspirantes a surrealistas que no necesariamente debe alterarse la convencionalidad para ser original. Reyes comparaba esos arranques con un jardinero que arranca sus flores para preparar un criadero de lodo. Al comentar esto, no me pongo contra los movimientos vanguardistas, sino los movimientos vanguardistas mal logrados, los que poseen una dislocación y violencia «per se«, sin un sentido propio. Como lo que Sábato decía a Borges:

Habría que ver qué se entiende por revoluciones del lenguaje. Supongo que no serán esas supresiones de puntos, comas y minúsculas que están al alcance de cualquier chico, que cree descubrir lo que ya era un lugar común desde Apollinaire. Ni tampoco las dislocaciones de palabras o de sintaxis. Está el ejemplo de Kafka: con una prosa transparente y tradicional dio una visión revolucionariamente nueva de la realidad.[6]

Benavente sentenciaba: “Desgraciados nuestros imitadores, pues de ellos serán nuestros defectos”. El problema de la vanguardia será el exceso. Llegar a la creación de una corriente en la poesía conlleva el riesgo de caer en lo terminal, de no sólo criticar la tradición, sino también desligarse de ella para caer en un mero experimentalismo. Atarse demasiado a la tradición puede no ser enriquecedor. Se cae en el riesgo de buscar guías y no avanzar, escribir bajo la sombra de quienes en su tiempo hablaron mejor que nosotros en el nuestro. La mejor manera de acercarse a la tradición es la vanguardia. Es decir, partiendo del supuesto de que la forma determina al fondo, una re-forma genera un cambio novedoso en los temas y elementos clásicos –ahora sí– como un avance. En este sentido la búsqueda tiene ya un sentido.

Pacheco, lejos de volverse contra la poesía del pasado, es un poeta incorporativo, un poeta que asimila las poéticas del pasado y se alimenta de la tradición literaria.[7]

Pacheco está inmerso en una vasta tradición literaria, de la cual se sirve para expresar su propia voz poética. La tradición no obsta para que sea escuchada esta voz como auténtica. Ahí Pacheco asume una característica propia de la vanguardia que señala José Miguel Oviedo: el ser iconoclasta.

La poesía de Pacheco, escéptica de su propio valor, hipercrítica, se apoya en una convicción iconoclasta. Escribir la poesía no puede ser sino reescribirla, repetirla insinuando alguna variante que le dé alguna justificación y actualidad.[8]

Con una conciencia de que el tiempo es un ciclo con variantes, Pacheco toma su voz retomando la de otros y configura una visión donde se une al universo reflexionando sobre él. En ese universo existen no sólo seres humanos, sino también animales, vegetales y minerales. La voz de Pacheco busca abarcar desde lo más grandioso hasta el detalle más inadvertido. Al hacerlo, no pierde de vista a la tradición, la que ayuda a enriquecer la propia visión poética. Tomemos el caso de “Leones”, poema que Pacheco escribe con base en el poema homónimo del norteamericano Kenneth Rexroth:

El león es el rey de los animales.

En estos días

hay casi tantos leones entre rejas

como fuera de ellas

Cuando te ofrezcan la corona

recházala[9]

Dentro de la tradición en la que habita, Pacheco toma también la voz de algunos poetas para hablar a otros y a sí. No se trata de que el poeta “copie” o vuelva a decir. Su labor poética es hacer propia las voces legadas para ayudar a descubrirse, para sentirse dentro de esta tradición que, en su presente, también él forma.

En este sentido, puede decirle a Théophile Gautier, a la manera de Víctor Hugo:

Sereno desdeñaste de la calumnia el filo

que ha dejado su baba en Shakespeare y en Esquilo.

(…)

Tienes en lo más alto tu Olimpo asegurado.

Desde tu inmensa cumbre lo humano es lastimero,

ya se trate de Job, ya se trate de Homero.[10]

La tradición poética sirve a Pacheco para encauzar sus propios textos. El mérito es que se sabe continuador más que innovador; pero en esa conciencia su poesía se enriquece.

Pacheco toma el título Las palabras del mar de un poema de Giorgio Seferis (tal poema sirve como epígrafe del libro de Pacheco). Las palabras del mar constituye una de las mejores obras en la poesía de Pacheco pues ahí descubre una voz que busca compenetrarse más con el mundo que con el propio interior del poeta. La última sección de este libro, “Ocasiones y circunstancias”, constituye una serie de homenajes a Rulfo, Efraín Huerta, Guillén, Flaubert, George B. Moore, y termina con una imitación a Juvenal, compuesta por doce sátiras:

¿Hasta cuándo dejaremos de producir ladrones,

perfidia, fraudes

y búsqueda de lucro mediante el crimen?

Hay gobernantes y empresarios honrados

pero son tan escasos como las puertas de Tebas

y las bocas del Nilo[11]

Vanguardia y tradición tienen su punto de encuentro en la palabra presente. No tienen por qué estar en contra: son complementos, y sin uno u otro no puede tener sentido la enunciación poética.

La relación que Pacheco sostiene con los clásicos no sólo le permite actualizar la crítica social, sino también la política. El siguiente texto es una traducción a Arquíloco; sin embargo, lleva por título “Candidato del PRI”:

Ahora en el país manda tan sólo

Leófilo.

No se oye sino a Leófilo.

Todo repta a los pies de Leófilo.[12]

Pacheco gusta mantener cierta coherencia en la temática de sus versos. La vanguardia es establecida por el título; mismo que prejuicia al lector. Encuentro otro ejemplo de esto en “Make love not war (2)”:

Otros celebren guerras y batallas.

   Yo sólo puedo hablar de mi desventura.

No me vencieron los ejércitos:

   fui derrotado por tus ojos.[13]

Pacheco busca ecos que le permitan ser dentro del lenguaje poético: ésa es su vanguardia. Sus motivaciones no son el renombre o el mérito de revolucionario del lenguaje. Pacheco busca su esencia en la esencia de los antiguos. Como lector de ellos, Pacheco hace también su relectura, su reescritura. El poeta se sabe en medio de dos tiempos, un día entre dos noches, un presente. En este sentido, la voz de Pacheco es humilde: no enuncia manifiestos, no pretende fundar nuevas poéticas, aunque su escritura es una renovación de la legada. La mejor manera de llegar a la vanguardia es la tradición. Ésta constituye el verso inmediato anterior, el que podemos continuar, con miras a colaborar en la redacción de este poema universal que es la Poesía.

                                  BIBLIOGRAFÍA

BARONE, Orlando (comp.), Diálogos: Borges – Sábato, Emecé, Argentina, 1996, 171 pp.

PACHECO, José Emilio, Álbum de zoología (sel. de Jorge Esquinca), 2ª. edición, Universidad de Guadalajara, Guadalajara, 1991, 93 pp.

____________________, Alta traición. Antología poética (sel. y prólogo de José María Guelbenzu), Alianza, Madrid, 1985, 116 pp.

____________________, El reposo del fuego,Fondo de Cultura Económica, México, 1966, 79 pp.

____________________, Fin de siglo y otros poemas, Fondo de Cultura Económica, México, 1984, 136 pp.

____________________, Irás y no volverás, Siglo Era, México, 1973, 98 pp.

____________________, Islas a la deriva, Siglo XXI, México, 1976, 159 pp.

____________________, Los trabajos del mar, Era, México, 1983, 83 pp.

____________________, Miro la tierra, Era, México, 1986, 78 pp.

____________________, No me preguntes cómo pasa el tiempo, Joaquín Mortiz, México, 1969, 122 pp.

VERANI, Hugo J. (sel. y pres.), José Emilio Pacheco ante la crítica, Universidad Autónoma Metropolitana, Colección de Cultura Universitaria, Serie/Ensayo no. 36., México, 1987, 310 pp.


[1] OLIVERA-WILLIAMS, Maria Rosa, “El monólogo dramático en la poesía de José Emilio Pacheco”, en Revista Iberoamericana, Vol. LXII, no. 174, Enero-Marzo 1996, pp. 175-184 (p. 175).

[2] PÉREZ, Alberto Julián, “José Emilio Pacheco: una poética para el fin de siglo”, en Revista de Literatura Mexicana Contemporánea, año III, no. 7, pp. 39-51 (p. 41).

[3] En MUÑOZ, Miguel Ángel, “El mensaje poético lo es todo: Saúl Yurkievich”, Entrevista aparecida en Diario “El Financiero”, México, Viernes 27 de febrero de 1998, Sección Cultural, p. 55.

[4]Recordemos el caso de Enrique González Martínez. ¿Cómo era posible que alguien inscrito en el Modernismo atacara duramente a los seguidores de Darío y las imágenes que éste buscaba crear en la poesía? Buscando la revolución poética, el Modernismo llevó al exceso su plasticidad y colorido en la forma, olvidándose de la función del fondo. En ese sentido, «torcerle el cuello al cisne» era invitación a los modernistas a ser moderados, a no abusar de las enseñanzas del nicaragüense, ni agotar precipitadamente los recursos legados.

[5]PÉREZ, Alberto Julián, Op. cit., p. 43.

[6]BARONE, Orlando (comp.), Diálogos Borges Sábato, p. 89.

[7] PÉREZ, Alberto Julián, Op. cit., p. 41.

[8] OVIEDO, José Miguel, “José Emilio Pacheco: La poesía como Ready-Made”. En VERANI, Hugo J. (sel. y pres.), José Emilio Pacheco ante la crítica, pp. 34-35.

[9] PACHECO, José Emilio, Miro la tierra p. 77.

[10] ___________________, Irás y no volverás, p. 59

[11] ____________________, Los trabajos del mar, p. 83.

[12] _____________________, Islas a la deriva, p. 136.

[13] Idem, p. 138.

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