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Editores y autor de este prontuario lo proponemos como un instrumento práctico y cordial no para imponer un modo específico de hablar y escribir en el español de gran parte de México, sino más bien —como su nombre lo dice— para ayudar a encontrar lo más adecuado, y acaso eficaz, en cada contexto. Consideramos, en efecto, que bastan 7 minutos diarios de lectura, reflexión y práctica de lo expuesto en cada sugerencia para lograrlo.
PARA HABLAR Y ESCRIBIR MEJOR
La lona sobre el presídium en una ceremonia de graduación consignaba la fecha de tal sábado: 2 de julio «del» 2016. «¿Por qué es inadecuado escribir ‘del’ 2016?», preguntó uno de los organizadores del evento cuando le hice ver el error.
«¿En qué fecha naciste?», le pregunté. «27 de marzo de 1983». «De 1983», dije, enfatizando la preposición «de». «Hasta referirse a 1999 muchos dicen «de», pero al llegar a 2000 prefieren «del» quizá por asociarlo con la expresión «del año 2000». Aun así podría decir que mi sobrina, a quien hace años festejamos con vals y chambelán, nació el 14 de febrero de 2000, y el contexto me dará a entender que 2000 se refiere a año».
No existe, pues, una mejor razón para cambiar el formato. En la Edad Media alguien podía decir que nació el 4 de septiembre de 987 y su hermano menor el 5 de agosto de 1008. Recalco: De 1008, no «del» 1008, pues el cambio a milenio no tiene por qué afectar al lenguaje.
«Venimos» es presente y «vinimos» pasado, dirá alguien que comprende el manejo de verbos en español. Empero en la práctica ambas expresiones resultan relativas. En la oración compuesta «Hace dos días vinimos como trabajadores querellosos y hoy venimos como sindicalizados» se aplica con claridad la diferencia entre pasado y presente.
Aun así en cualquier momento puede entrar en juego esta relatividad entre los tiempos al manifestar algo como: «Venimos (presente) desde hace dos semanas haciendo este trámite, y hoy vinimos (pasado) temprano para irnos pronto con las fotocopias». «Hace dos semanas» es más «pasado» que «hoy». Con todo, parece que invierto los tiempos.
Respecto a la disyuntiva del «veniste» y «viniste», recientemente se ha desechado el primero para preferir al segundo como indicativo del pretérito. Si alguien argumenta que pregunta «¿A qué veniste?» como expresión en presente, hay que hacerle ver que ese tiempo verbal se expresa correctamente con «¿A qué vienes?». Es decir —disculpen la rima—, «veniste» no existe.
De las 11 definiciones que el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española consigna teóricamente la palabra «ocupar», ninguna se refiere todavía a «necesitar», como lo atribuimos prácticamente en nuestra habla coloquial en el centro y norte de esta República Mexicana.
El primer significado se refiere a tomar posesión de algo, por invasión o instalación. El segundo es el goce o disfrute de un empleo, dignidad o similares; el tercero, «llenar un espacio o lugar». La cuarta definición es reveladora para el propósito que ahora me ocupa: «Habitar una casa». Sostengo que es «reveladora» porque cuando alguien dice «Ahora ocupo una casa» se refiere a que actualmente «vive» ahí, y no que «necesita» una vivienda.
La quinta definición es «dar qué hacer o en qué trabajar», como en «ocupé a mi hijo en el aseo de su recámara». La sexta es: «Embarazar o estorbar a alguien». La séptima: «Llamar la atención de alguien». La octava: «Emplearse en un trabajo». La novena: «Preocuparse por una persona, prestándole atención». El décimo significado: «Poner la consideración en un asunto o negocio». El undécimo: «Asumir la responsabilidad de un asunto, encargarse de él».
Cuando alguien dice «voy a ocupar una casa» u «ocuparé un mozo para que arregle mi jardín», se refiere a que habitará o dará qué hacer, respectivamente. Ambas, usos del verbo «ocupar», que implican a «necesitar», parecen sustituirlo.
Insisto: aunque son tantos los conceptos implicados en este verbo, «ocupar», ninguno se acerca a «necesitar». Nos formamos con esta forma de hablar, y así día tras día escuchamos a niños que dicen «Ocupo un mapa de Jalisco para hacer mi tarea», y a muchos fuereños que nos escuchan puede causar gracia imaginar al estudiante en casa, sentado encima de un mapa de esta entidad, mientras escribe y lee.
Culmino con otra aberración de este tipo: «No ocupo dar más ejemplos».
Un niño que desde sus cuatro años es enviado a trabajar es un niño abusado. Un niño que desde sus cuatro años demuestra que sabe leer es un niño aguzado. ¡Aguzados con eso!
El aguzado, adjetivo relacionado con el talento, tiene agudeza en sus sentidos e inteligencia. El abusado, adjetivo relacionado con la voz pasiva del verbo «abusar», es una víctima de atropellos y… ¿qué creen? ¡pues abusos!
¿Es usted perspicaz? Es usted aguzado. ¿Todos lo pisotean? Es usted abusado.
En una de sus imágenes publicitarias, unos vendedores de pollo frito de franquicia la regaron al escribir «Ponte Abu$ado» (el signo de pesos parecía algo así como «abusaremos al quitarte tu dinero»).
Como ustedes son lectores aguzados, no quiero tenerlos abusados con más explicaciones obvias.
Analicemos la correcta utilización del porqué, porque, por qué y por que. Primero tenemos el «porqué», utilizado como sustantivo equivalente a causa, motivo o razón. En inglés es the reason, como en la canción del grupo de rock Hoobastank. A reason to start over new, and the reason is you, «Una razón para empezar de nuevo, y la razón eres tú», traducción que también pudiera ser «Un porqué para empezar de nuevo, y el porqué eres tú». Otros ejemplos:
Son muchos los buenos porqués para entrarle a este proyecto. La actual huelga en la uam tiene un gran porqué.
En segundo lugar tenemos al «porque», conjunción explicativa o causal. El equivalente en inglés es because, como inicia aquella canción de The Beatles: Because the world is round it turns me on (Porque el mundo es redondo me hace girar).No quise cantar porque amanecí ronco. No tardes, porque debemos comer juntos. Porque te quiero te regaño.
En tercer lugar tenemos la expresión «por qué», formada por preposición y pronombre interrogativo. Generalmente la utilizamos en interrogaciones y exclamaciones directas (con signos) o indirectas:¿Por qué anuncian a Los Acosta y llegan Los Freddy’s? Quiero saber por qué tengo que ir yo. ¿Por qué este libro indigna tanto? ¿Por qué no me escuchas? Quiero entender por qué suceden tales desgracias. ¿Perdón por qué? La vida cobra en estos casos. Ignoro por qué demora tanto el taxi. ¡Por qué carajos me haces esperar!
Por último, el «por que» combina la preposición «por» con el pronombre relativo «que». Comúnmente introduce una oración subordinada:Muero de ganas por que estés conmigo. Cuánto daría por que corrigieras tu actitud. Ésta es la carta por que estoy aquí. La razón por que continúo frente a ti es mi gran amor. Por que (con tal de que) me pagaras todo, acepto.
Conformada por testimonios, reflexiones y versiones de anécdotas contadas al autor, “Examen de conciencia” es una obra única en su tipo. Moviéndose entre la autobiografía, la viñeta y la creación literaria, los 47 textos que integran este volumen destacan por su prosa concisa y su amenidad. El examen de conciencia cobra cabalidad al ahondar en cada página en los planteamientos que enmarcan el inicio de una vida adulta.
Examen de conciencia
Cuando yo tenía cinco, Padre, soñaba ser un hombre fuertote que llegara a levantar los puestos que usted armaba en el Swap Meet, el tianguis gringo instalado en autocinemas de California. ¿Recuerda? Salíamos a las 6:20 de la mañana por los freeways de altísimos focos níveos y me pegaba yo a ese albigrís abrigo de Chinconcuac de mi madre. Ahí dentro estaba el termo con leche para mi hermana y para mí. Los cuatro nos apretábamos en el frente del carro guayina, repleto de ropa y zapatos viejos y antiquísimos billetes mexicanos y manualidades que hacía mamá.
Entre curvas miraba su mentón, mal rasurado debido a la prisa. Llegábamos a la gran explanada que en la inminente noche sabatina volvería a ser autocinema: al lado de un poste con dos bocinillas usted engarzaba fierros para que fueran el esqueleto del puesto. Entonces recordaba yo al bigotón musculoso del circo y en mi tira de fantasía estaba proponiéndome estar «bien fuertote» para ya no verlo batallando.
Meses después un vecinito maloso me quebró el tabique nasal al lanzarme, dentro de un carro de supermercado, a un rincón del patio de la vecindad. Minutos después usted voló conmigo por esas autopistas para llevarme al doctor. El méndigo canoso palpó su martillito en mi nariz, escapé ante lo que consideré otro ataque artero y usted corrió para detenerme a medio pasillo. «¿No te importa quedar con narices de pelota?», me preguntó con dureza, fingiendo […]